El viejo dicho ‘vísteme despacio que tengo prisa’ se le atribuye al emperador Augusto, quien solía increpar a sus servidores diciéndoles ‘apresúrate lentamente’. Esta evidencia bien se puede aplicar a los tiempos más modernos. Somos adictos al teléfono, al correo electrónico, a las redes sociales y estamos completamente seducidos por lo inmediato y por la multitarea...
Lo de ir despacio no encaja en el ritmo frenético diario y el afán por hacerlo todo se convierte en el peor enemigo de la productividad. A veces, apresurarse lentamente tiene sus ventajas.
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